¡Cayó La Gran Babilonia!

Llanto por la Caída de Babilonia la "Gran Ciudad"

Llorarán, harán duelo por ella
los reyes de la tierra, los que con ella fornicaron y se
dieron al lujo, cuando vean la humareda de sus llamas; se
quedarán a distancia horrorizados ante su suplicio, y dirán:
“¡Ay, ay,
la Gran Ciudad!
¡Babilonia, Ciudad poderosa, que en una hora ha
llegado tu juicio!” (Ap.18,9-10).

Los
reyes de la tierra,
son todos los que habían estado velando “sus verdades” y
dominando con ellas. Aunque el versículo anterior decía: "
Poderoso es el Señor que la ha condenado", éstos aún no
habrán visto esta caída como obra del Señor: lloran la caída
de la
Gran Ciudad, la Gran Babilonia, la
“Ramera”, la otra
Bestia, y como se dice al comienzo de ella,
la imagen de la Bestia
(Ap.13,14-15).
Se mantienen a distancia,
es decir, no
hacen nada para que se haga la Verdad, no se
pronuncian, sino que lloran por ella. Ven lo rápida que ha
sido su caída: en una hora. Y una hora
es
también lo que se dice que durará el reino de los
diez reyes que recibirán con la Bestia la potestad real, que
sí verán después
la
Luz
(Ap.17,12).
La
poderosa Luz que trae el ángel enviado por el Señor, el
Todopoderoso, habrá iluminado la tierra para que se haga
la Verdad. Dice
aquí el Señor a través de los mensajes de Amor: “Habéis sido
libertados por el Amor que Yo Soy, y os doy
la Verdad
para que viváis en Mí”.
Lloran y se lamentan por ella los mercaderes de la tierra,
porque nadie compra ya sus cargamentos. Cargamentos de oro y
plata, piedras preciosas y perlas, lino y púrpura, seda y
escarlata, toda clase de maderas olorosas y toda
clase de objetos de marfil, toda clase de objetos de
madera preciosa, de bronce, de hierro, y de mármol;
cinamomo, amomo, perfumes, mirra, incienso, vino, trigo,
aceite, harina, Bestias de carga, ovejas, caballos y carros;
esclavos y mercancía humana (Ap.18,11-13).
Los mercaderes
lloran y se lamentan
porque el "mercado" de sus valores, ha caído. El Evangelio
dice que nadie puede servir a dos señores. Pero aquí no se
trata sólo de mercado de dinero. Hay una mezcla de
símbolos espirituales:
oro, plata, piedras
preciosas y perlas, con símbolos del culto
que se daba en ella:
mármol, bronce,
madera, marfil… En este “mercado” había de todo, porque
aunque ellos habían buscado ser en Dios, añadieron sus
verdades, y tradiciones que Dios no les había dado, y las
habían enseñado a sus fieles como medios de santificación.
Todo es una mezcla de diferentes procedencias, como:
Cinamomo,
con cuyo fruto se hacen cuentas de rosario, como símbolo de
los rezos; el amomo, que sirve
también de
medicina pero de sabor acre, lo que significa los duros
sacrificios para santificarse. Aunque de ambos se extraiga
aceite, símbolo de unción, estos dos nombres aplicados a la
“Gran Ciudad”, son nuevos en el lenguaje bíblico, que sí
habla repetidas veces del olivo como símbolo de la verdadera
unción. Todo esto daban a los demás como verdad, mezclada
con el vino, el aceite, los perfumes... símbolos
divinos y además:
El
trigo
que es lo que se le da al tercer jinete que llega en la
condenación, como respuesta a todos los que han creído
comprar su salvación por sus méritos,
su religiosidad, sus obras, como amasando a su forma
su propio pan
(Ap.6,5-6).
Lo que nos da Dios y
gratuitamente, es el Pan de la Vida. Pero todo eso que
la “Ramera” ha
interpuesto desde ella ha generado:
Bestias de carga,
personas sobrecargadas con
“obligaciones” impuestas, a las que sus “quehaceres” los
alejaron del encuentro real con Dios y de dejarse guiar por
Él, para ser guiados por otros
(Lc.11, 46).
Ovejas,
los más humildes que aún en medio de ella le dieron
prioridad a Cristo y decidieron vivir en Dios desde su
encuentro personal con Él.
Caballos,
que es todo aquello sobre lo que nosotros nos vamos
moviendo. Si miramos los cuatro jinetes del Apocalipsis,
vemos que sólo uno es el que llega
vencedor, y es el jinete del caballo blanco. Pero
aquí no son caballos blancos en los que éstos han cabalgado.
Han cabalgado en las verdades de las “rameras”.
Los
carros: Ella ha ido intentando llevar a todos en sus
carros. (Lo que ella decía que habría que hacer para estar en el
Camino y así vivir en Dios y poder
así salvarse). Nada ni nadie puede salvarnos. Cristo
se deja encontrar de quien lo busca y su Santo Espíritu lo
guía en el Camino.
Esclavos,
los que sin saber acatan ciegamente lo que le van ordenando,
sin mirar si realmente les resta la libertad de hijos de
Dios lo que están obedeciendo, o les impide obedecer
realmente a Dios.
Y
mercancía humana, los
que entraron a Babilonia, la Gran
Ciudad, y no pudieron ser, ni hacer lo
que ellos veían como la voluntad de Dios para el caminar de
sus vidas. Fueron llevados como
mercancía dentro
del mismo “paquete”, todos.
Y
los frutos en sazón que
codiciaba tu alma, se han alejado de ti, y nunca jamás
aparecerán (Ap.18,14).
Codiciaba los frutos, pero ya para ella
no habrá más frutos porque ha caído.
Todo lo que la "Ramera" aspiraba recibir porque se creía
perfecta, es lo que nunca recibirá. Y se lamentan por ello:
Los
mercaderes de estas cosas, los que a costa de ella se habían
enriquecido, se quedarán a distancia horrorizados ante su
suplicio, llorando y lamentándose: “¡Ay, ay, la Gran Ciudad, vestida de
lino, púrpura y escarlata, resplandeciente de oro, piedras
preciosas y perlas, que en una hora ha sido arruinada tanta
riqueza!” (Ap.18,15-16).
Igual
que los reyes, los
mercaderes se quedarán a distancia sin hacer nada, ni
para reconocer la Verdad, ni para defender la
causa de la “Gran Ciudad” porque ya es inminente su caída.
Lloran los que habían aportado y
adquirido sus verdades, sus riquezas. Pero la salvación es
una gracia: es gratuita.
Ellos añoran su pasado. Dice Jesús: “Si fuerais ciegos no
tendríais pecado, pero como decís: “vemos” vuestro pecado
permanece”
(Jn.9, 41ss).
Grande es lo que el Señor está haciendo para que se den
cuenta y se salven; pero aún hasta el final llegan muchos
sin ver que ha sido obra de Dios, que vive, que se
manifiesta y hace
(Ap.19,20).
Todos
los capitanes, oficiales de barco y los marineros, y cuantos
se ocupan en trabajos del mar se quedaron a distancia y
gritaban al ver
la humareda de sus llamas: “¿Quién como la Gran Ciudad?” Y
echando polvo sobre sus cabezas, gritaban llorando y
lamentándose: “¡Ay, ay, la Gran Ciudad, con cuya
opulencia se enriquecieron cuantos tenían las naves
en el mar; que en una hora ha sido asolada!”
(Ap.18, 17-19).
Éstos que han dirigido la “nave” de la
“Ramera”, los
capitanes, oficiales
de barco, y todos los que han cooperado en ella,
cuantos se ocupan en
trabajos del mar, se quedan a distancia, mientras
también se lamentan. No han entendido tampoco que la Luz poderosa de Dios ha iluminado una vez más las
tinieblas, y como señal de pena y consternación,
arrojan polvo sobre sus cabezas.
Pero mientras todos ésos que se han nombrado en los
versículos anteriores, lloran y se lamentan, en el cielo se
alegran, como se dice a continuación.




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