¡Cayó La Gran Babilonia!

Las Puertas del Hades no Prevalecerán en Contra de
la Iglesia
Al
leer los últimos versículos anteriores quizás a alguien
pueda parecerle contradictoria esta alegría en el cielo por
el juicio de
la Gran Babilonia, sobre todo a los que
hayan estado entregados a ella. El mundo rechaza las
religiones, los desengañados de ellas por sus
imperfecciones, errores o escándalos también las rechazan,
pero Dios en su infinito Amor y misericordia ve mucho más
allá que los hombres, y las llama a rectificar para que
dejen de ser religiones y sean iglesias como Él vino a
hacer, a través de su Hijo Jesús nuestro Salvador.
Hasta aquí el Señor ha ido
obrando a través de las religiones a pesar de los
errores de éstas
(aunque hayan limitado su verdadera misión por lo que en
ellas ha interpuesto la “Ramera”). Pero ha llegado el día en
que todo ello cesará,
se despojarán de sus verdades y seguirán la Verdad única que nos salva.
Como está escrito, no impondrán más leyes que lo que el
Evangelio dice; ni verdades ni cargas nacidas de la lógica,
de “construcciones” hechas por los hombres.
Jesús vino a traer la nueva Alianza. Por Él la ley de Moisés
quedó cumplida. Ningún hombre pudo, ni podría nunca cumplir
la ley. Cristo, cumpliendo la ley, nos justificó y
hemos pasado de la ley de la antigua Alianza, a la
nueva Alianza, superior a la ley, por lo que el hombre no
tiene que plantearse el cumplimiento, sino de vivir en
amistad con Dios. Ahí han de ir orientados sus esfuerzos.
Para ello nos ha dado su Espíritu Santo que nos ayuda y
provee plenamente en esta lucha, porque vino para convencer
al mundo de
pecado, que le priva de la amistad con Dios. Así dice la
nueva Alianza: “Pondré mis leyes en su mente, en sus
corazones las grabaré, y yo seré su Dios y ellos serán mi
pueblo. Y no habrá de instruir cada cual a su conciudadano,
ni cada uno a su hermano diciendo: ¡Conoce al Señor! Pues
todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos.
Porque me apiadaré de sus iniquidades y de sus pecados no me
acordaré ya”. Al decir “nueva” declaró anticuada la primera,
y todo lo
anticuado y viejo está a punto de cesar” (Hb.8,10,13).
Estos versículos nos hablan de que la Iglesia, el pueblo de Dios, está siempre en
proceso de perfección. Aún no ha llegado el momento de la
plenitud que será para los tiempos finales. El Señor hoy nos
está advirtiendo a las iglesias, a las comunidades
eclesiales, de que su misión es despertar y que cada uno
busque a Dios desde su relación personal con Él. No habrán
de frenarnos los temores, porque Dios todo lo puede y nunca
desoye al que lo
busca con sincero corazón. Dios hace ver a cada uno que su
salvación está en la comunión con Él; que ya está salvado
por gracia, que estamos en “el año de gracia”, pero que ha
de entregar su vida a Dios, con corazón contrito y humillado
y seguir la Palabra. En eso las
iglesias pueden ayudar a los demás hombres: a que busquen la
intimidad con
Dios. Se trata de retomar el orden perfecto que Dios dispuso
para su Iglesia. Con Él nunca habrá confusión ni anarquía.
Cuando las comunidades eclesiales dejan el control a Dios,
cuando los hombres dejan de controlarse unos a otros para
dejar la libertad al Espíritu Santo, a imagen de Jesús, las
iglesias cumplen
su verdadera misión. Es lo que Jesús dijo a Pedro: “Tú eres
piedra y sobre esta piedra edificaré mi iglesia…” Pedro
impulsado por el Espíritu Santo le había dicho: “Tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios vivo”
(Mt.16,16ss). Nos quería hacer ver que cada uno,
guiado por el Espíritu Santo es iglesia viva, que la Iglesia de Cristo ha de
estar guiada por el Espíritu Santo, cada uno ser una piedra
viva en la comunidad eclesial:
la Iglesia. Y así cada uno es investido del
poder de los hijos de Dios, poder de atar y desatar, de
perdonar o retener, sabiendo que si perdonamos somos libres.
La Iglesia no depende de la sabiduría o el
poder de los hombres, sino de la gracia y guía del Espíritu
Santo.
Eso
nos dice Jesús cuando contemplando el templo profetiza que
llegaría un día en que no quedará piedra sobre piedra que no
sea derruida (Mc.13,2). Ningún hombre se impondrá ya sobre otro
hombre, o sobre otros hombres, sino que cada uno será una
piedra viva, cada una diferente, que brilla con los
destellos con los que el Señor la ha revestido, como las
piedras preciosas que forman la muralla de la Jerusalén Eterna
(Ap.21,19). Cada
uno ha de conocer que ello depende de su propia decisión, de
su propia actitud, de su propia entrega a vivir en
autenticidad, con un corazón limpio
que vive
la Palabra
de Dios, que nos da el conocimiento, que nos sirve para
conseguir la dirección y la meta: vivir en unidad con Dios
Padre, al que nos guía el Espíritu Santo, en comunión con
Jesucristo, nuestro Salvador.
Todo
cuanto se nos advierte es para prepararnos ante los momentos
que se avecinan, las iglesias podrán ayudar a paliar la
confusión, tan grande, hasta tal punto que peligrarán los
mismos elegidos (Mt.24,21-22);
pero
está escrito que el triunfo es del Cordero, que en unión con
los suyos, los llamados y elegidos y fieles
los vencerá
(Ap.17,14). Dios
prepara a todo su pueblo para que triunfe su Iglesia.





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