¡Cayó La Gran Babilonia!

El Juicio es Inminente



Un
tercer ángel les siguió, diciendo con fuerte voz: “Si alguno
adora a la Bestia y a su imagen, y
acepta la marca en su frente o en su mano, tendrá que beber
también del vino del furor de Dios, que está preparado,
puro, en la copa de su cólera. Será atormentado con fuego y
azufre, delante de los santos ángeles y delante del Cordero.
Y la humareda de
su tormento se eleva por los siglos de los siglos; no hay
reposo, ni de día ni de noche, para los que adoran a
la Bestia
y a su imagen, ni para el que acepta la marca de su nombre”
(Ap.14, 9-11).

Aquí
dice que comparecerán ante el juicio la Bestia
(la primera Bestia)
y su imagen que es
la otra Bestia, la Gran Babilonia. Se someterá a juicio
todo lo que ella ha sido. Dios que nos ha dado desde
siempre la
Verdad, que nos ha venido a rescatar de
la Muerte por su Hijo, nuestro Señor
Jesucristo, una vez más ha hecho algo prodigioso dejando
este libro del Apocalipsis velado, “sin sello”
(Ap.22,10),
y
haciendo que fuera desvelado en este preciso momento, para
que mirando con su mirada, en el Amor, la mirada
que Dios nos da, puedan muchos ver su Luz y salir de
su confusión y ser salvados, para no tener que beber del
vino del furor de
Dios. Esta verdad será muy dura y difícil para muchos,
por esto el Señor conforta con estas palabras:
Aquí
se requiere la paciencia de los santos, de los que guardan
los mandamientos de Dios y la fe de Jesús (Ap.14, 12)
Tener conocimiento de esta verdad
sobre la otra Bestia,
la Gran Babilonia,
plantearse la situación, el cuestionarse cómo se ha vivido,
o recordar las veces que cada uno habrá podido ver en su
interior como una Luz
esta verdad sin haber reaccionado, produce un
impacto.
Solos
no podríamos afrontar esto, pero clamando a Dios en este
momento de tribulación, Él sí nos puede dar la
paciencia de los santos para permanecer en la
paz del Señor, seguir los
mandamientos de Dios, que nos ha hecho ver claro, que ha
iluminado el Camino, como nos recuerdan estas palabras:
“Pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré;
y Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no habrá de
instruir cada cual a su conciudadano ni cada uno a su
hermano diciendo: “¡Conoce al Señor!”, pues todos me
conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos”
(Hb.8, 10-11).
Se nos pide aquí tener
paciencia de los santos, lo que quiere decir, tener la
paz de Dios, que el Amor ha de reinar en todo, pues no hay
santos si no es en
el Amor, que lleva a la pureza y santidad.
Y se requiere algo más:
la fe de Jesús. No
ya la fe de Abrahán llamado el padre de la fe y que confió
en la promesa, sino la fe que tuvo Jesús ante la visión de
su pasión en el Huerto de los Olivos y ante todos sus
dolores, y su agonía hasta su muerte. No dejó de confiar en
el Padre. Solo y abandonado de todos, fue paciente y fiel
hasta el final. Y Dios le resucitó de entre los muertos.
Estamos en momentos muy difíciles y ésa es la fe de Jesús
que se nos pide. La fe que le hizo permanecer fiel al Padre
en su difícil misión y dejarlo todo por Él.
La fe de Jesús le
hizo ir siempre guiado por el Espíritu Santo. Así nosotros
en esta hora de tribulación, si lo dejamos todo por Él,
seremos dichosos:
Luego oí una voz
que decía desde el cielo: “Escribe: Dichosos los muertos que
mueren en el Señor. Desde ahora, sí - dice el Espíritu - que
descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan”
(Ap.14, 13).
Los que tienen la
paciencia de los santos, la fe de Jesús, vencen en esta
fuerte lucha, en esta tribulación, sobre todas las
circunstancias, con Cristo; pues son dichosos los que
mueren en el Señor. Vencen. Por eso dice el Espíritu:
Que descansen de sus
fatigas, pues sus obras los acompañan.
Sus fatigas,
por la lucha interior para seguir sólo a Dios, lo que
implica actuación también, porque la lucha no es sólo
interior sino también con el exterior, habrá confrontación,
oposición, etc. Por eso sus obras los acompañan.
Morir en el Señor, es morir al hombre viejo, a todo lo
viejo, y nacer de nuevo. Éstos que nazcan de nuevo, son
santos y no serán juzgados en el juicio que sigue a
continuación de la
imagen de la Bestia,
la otra Bestia, la Gran Babilonia, la Ramera.





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