¡Cayó La Gran Babilonia!

Juicio de la Célebre Ramera



Entonces vino uno de los siete ángeles que llevaban las
siete copas y me habló: “Ven, que te voy a mostrar el juicio
de la célebre "Ramera", que se sienta sobre grandes aguas,
con ella fornicaron los reyes de la tierra, y los habitantes
de la tierra se embriagaron con el vino de su prostitución”
(Ap.17, 1-2).

El
ángel que le va a
mostrar el juicio de la célebre “Ramera" es el primero
de los siete ángeles, "que derramó su copa sobre la tierra y
sobrevino una úlcera
maligna y perniciosa a los hombres que llevaban
la marca de
la Bestia
y adoraban su imagen
(Ap. 16,2).
La célebre “Ramera”
se sienta sobre grandes aguas,
porque no está dominando sobre lo mundano, sino en un medio
más propicio, sobre los que buscan a Dios:
las aguas. Pero
además: grandes
aguas, porque son muchos.
Pero desde esa situación privilegiada, no está completamente
en la verdad, sino que añade “sus verdades”, e interpreta
la Verdad desde su humanidad. Ésa es la
prostitución,
adaptar la
Verdad a lo más conveniente, someter la Verdad bajo el prisma del
pensamiento humano. Y todos los que la siguen aceptan todo
ciegamente. Por eso se dice que: los reyes de la tierra,
y los habitantes de la tierra se embriagaron con el vino de
su prostitución.
Los que se apartan del mundo, los que quieren entregar su
vida a Dios, ésos que llegan a ella, que eran parte del
pueblo de sacerdotes, reyes y
profetas
(1Pe.2,9),
elegidos por Dios, son esos reyes, porque vencieron
las cosas del mundo, renunciaron al mundo. Ésos que así
llegan a ella y se entregan a lo que ella ha hecho desde sí
misma y hacen lo que
la célebre “Ramera” hace, son esos reyes que con los
habitantes de la tierra se embriagaron del vino de su
prostitución. Éstos son todos los demás que por su
causa, por no seguirla, no se entregaron tampoco a Dios. Es
el aviso para que no se pierdan.
Me Trasladó en Espíritu al Desierto (Ap.17, 3).
Esta visión
dolorosa para quien ve la Verdad de
esta situación de confusión, requiere mirar en el
espíritu, desde la mirada de Dios, y esto lleva al apóstol
al desierto. También Jesús fue al desierto,
alejándose de todo lo del mundo. Hemos de mirar que
lo que Dios nos quiere hacer ver con estas revelaciones, es
que se rectifique, que nos entreguemos a los planes de Dios,
que le dejemos a Él hacer su obra: la salvación de sus
hijos.
Nada ni nadie aquí puede salvar a otro. Cristo es nuestro
único Salvador, Cristo es el que toca y cambia los
corazones. Nosotros sólo podemos ser testigos de su Amor,
sus instrumentos con nuestro testimonio de vida, proclamando
su Palabra, confesando a Cristo con nuestro corazón y
nuestras bocas
(Rom.
10,9).
Nos quiere hacer ver el Señor, que todo lo que Él nos ha
dado para salvarnos está completo, que no se añadan las
verdades de los hombres. Jesús vino, no a condenar al mundo
sino a salvarlo
(Jn.3, 17).
Y estas palabras, estas revelaciones, nos llaman
reiteradamente a la salvación desde la Verdad, desde el Evangelio.
No está condenando sino advirtiendo para que se haga la Verdad. Porque aún
hoy hay tiempo. No sabemos mañana.
No nos escandalicemos. Miremos desde la profundidad, en el
espíritu, el verdadero sentido de estos signos desvelados.
En estos mensajes, hay un Amor inmenso, profundo,
incomparable, de Dios hacia su pueblo. Y su llamada es sólo
eso: Amor infinito.
Se nos
invita a ir también al desierto, al silencio, a nuestro
aposento como dice Jesús, y el Espíritu Santo iluminará a
todos. Muchos
verán que todo ha merecido la pena, porque grande es la
gloria de Dios, gloria que se hará en medio de todos. El
evangelista sigue viendo:
Y vi
a una mujer, sentada sobre una Bestia de color escarlata,
cubierta de títulos blasfemos; la Bestia tenía siete cabezas y
diez cuernos
(Ap.17, 3).
“La
Mujer
vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de
doce estrellas sobre su cabeza” (Ap.12,1-6), es
la Mujer que tendría que ser e irradiar
aquí.* Pero no es así, y esta mujer es muy diferente y va
sentada sobre una Bestia.
El color escarlata
que luce esta otra
Bestia, la célebre “Ramera” simboliza el color de la
sangre. Sentada, descansada sobre la sangre de Jesús,
nuestro Salvador. (En el capítulo dieciocho dirá: “Estoy
sentada como reina”. Ella se creía la esposa del Cordero). Y
así construye sus verdades, y hace creer que ella es
verdadera. La sangre que luce la célebre
Ramera, simboliza también, como se verá después en el
versículo seis, la sangre de los mártires.
Es lo
que ella luce. Pero exhibe
títulos blasfemos,
al proclamar
lo que ella se considera a sí misma, sin serlo: santa, la
única verdadera para encontrar el Camino de la salvación, la
esposa del Cordero, y todas “sus verdades”, que hacen
que la sigan sus
fieles. Y son tantos
los títulos
blasfemos, que
la
Bestia
está cubierta
de ellos, porque son muchas las cosas que añade desde sí
misma y que dice que se hagan, para así hacer la voluntad de
Dios, privando a los hijos de Dios de la Verdad que los hace libres.
Ella no ha visto esta verdad, pero el Señor, nuestro
Salvador, nos da hoy la Luz para que ella
vea.
*La Vida
nueva, que por el poder del Espíritu Santo, se gesta en cada
iglesia, en cada uno. Pág. 116
Y
“sus verdades” desvían a otros del Camino de salvación.
Ninguna verdad que añada el hombre a lo que Dios ha dicho,
sirve para que alguien se salve; por el contrario, crea
confusión. Eso es lo que aquí se nos advierte. (Las
siete
cabezas y los diez cuernos
los explica el ángel en los versículos del nueve al trece).
La mujer estaba
vestida de púrpura y escarlata, resplandecía de oro, piedras
preciosas y perlas; llevaba en su mano una copa de oro llena
de abominaciones, y también las impurezas de su prostitución
(Ap.17,4).
El
color púrpura con
el que está vestida
la Mujer,
simboliza lo que ella luce ante sí misma y ante los ojos
de los demás. Es este el color, porque todo lo que hay en
ella, todas sus estructuras, sus dogmas, sus leyes, sus
preceptos, etc. han salido desde los purpurados, los que se
revisten de color púrpura, que son aquéllos que representan
el saber, el sostenimiento de su historia y de su doctrina,
por la que todos en ella han de regirse.
Es una mezcla, pues
también luce oro, piedras preciosas y perlas.
Éste es el lado bueno que presenta la Ramera ante los ojos de los
demás, y de los que aún siendo en ella no han visto la Verdad: el oro es la
pureza de la
Vida
en Dios, con las piedras preciosas, símbolo del
fundamento de la iglesia de Dios,
el fundamento de
los apóstoles: piedras vivas, piedras
preciosas,
como se dice en la descripción de
la Jerusalén eterna
(Ap.21, 14).
Y perlas, como las
doce puertas de entrada a la gloria eterna. Es el reino, que
en ella se predica, igual que Jesús comparó el Reino de los
Cielos con una perla
(Mt.13,45).
Pero ha de desechar sus propias verdades.
Los colores de
la Mujer son
iguales a los de
la Bestia
sobre la que va sentada y significan
lo mismo, y que va descansada sobre todas “sus
verdades”, sobre lo que la ha hecho “no ser”, sobre lo que
ella misma se hizo:
otra Bestia.
De la copa de oro dice el Señor: "Yo soy ese oro". Y
es el ofrecimiento que ella hace a Dios. Pero dentro de esa
copa ella pone todas las
abominaciones y
las impurezas de su prostitución: La Verdad prostituida por todo
lo que ha añadido desde sus razonamientos humanos que la ha
llevado a mezclar la Verdad con sus ideas y
leyes.
Busca hacer como Dios quiere. Y Dios le ha dado, y le da,
todo para que así haga; pero ella no ha visto, y todos en
ella hacen lo que otros antes que ella hicieron desde sus
propios criterios.
No olvidemos que la
mujer va sentada sobre la Bestia,
y que la Bestia es el pecado habitando en el
hombre, como se dijo al principio
del
capítulo XIII. Pero nada de esto está oculto. Los demás
desde fuera lo pueden ver, por esto en lo más visible,
en su frente, lo lleva escrito:
Y en
su frente un nombre escrito - un misterio-: “La
Gran Babilonia, la madre de las rameras
y de las abominaciones de la tierra” (Ap.17, 5)
Las iglesias son iglesias si viven en lo que Dios ha hecho
que en ellas sea, pero si no viven en ello están
confundidas, se les llama
“rameras”. También en otras religiones se interpone
entre Dios y sus hijos lo que ellas mismas han añadido, lo
que sus dirigentes han creído y entendido
como válido o bueno. Por esto aquí se dice que la
“Gran Babilonia”
es la madre de las
rameras. Y Dios llama a cada uno para que así, vuelva a
vivir, a ser sólo en lo que Dios hace, en lo que Dios dice
que se haga.
Y
vi que la mujer se
embriagaba con la sangre de los santos y con la sangre de
los mártires de Jesús. Y
me asombré grandemente al verla; pero el ángel me
dijo: “¿Por qué te asombras? Voy a explicarte el misterio de
la mujer y de
la Bestia
que la lleva, la que tiene siete cabezas y diez cuernos”
(Ap.17, 6-7).
Ella,
“la célebre Ramera”, como se le llama
en este capítulo, se apropia de lo que han vivido
los santos y los
mártires de Jesús como mérito propio para hacer que
todos crean en ella y en “sus verdades”, pues
lo exhibe como credencial para que los demás crean en ella.
Pero
santos y mártires
son los que han buscado desde su corazón y vivido el
encuentro personal en Dios y la entrega total en Jesús, en
nuestro Señor Jesucristo, en fidelidad, porque Él ha hecho
que así haya sido. Sólo es obra de Dios, no mérito de
hombres o instituciones.
En los siguientes capítulos se sigue confirmando a través de
los signos que se siguen desvelando, lo que hasta aquí se ha
ido descubriendo acerca de la
célebre “Ramera”,
esta mujer
sentada sobre una Bestia
color escarlata...
Veamos primero otra llamada de Amor
de este mensaje para que todos busquen
la Verdad, y para que llevemos la Verdad a los demás.




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